
El club de los mentirosos
Sería interesante saber la cantidad de veces que mentimos a lo largo del día. Mentimos constantemente. Casi sin darnos cuenta y de manera automática.
Sería interesante saber la cantidad de veces que mentimos a lo largo del día. Mentimos constantemente. Casi sin darnos cuenta y de manera automática.
Sucedió una noche en la que una orquesta que tocaba en el Auditorio de Zaragoza se alojó en el Hotel Sauce. Duermen con nosotros cada vez que tocan en la ciudad y disfrutamos de su compañía con cierta frecuencia. Como en cada visita, el músico que toca el contrabajo había dejado el instrumento con su imponente funda en el hall del hotel.
– ¿Qué sucede, señor Menendez?
– No se van a creer lo que he visto en el pasillo. Es increíble. Además, creía que en este hotel no se aceptaban animales, ¿No es cierto?
– Así es señor Menendez, ¿por qué lo dice?…
Poco imaginaba yo cuando llamé a la policía a instancias de la muy preocupada señora Ruiperez que el agente que iban a enviar fuera a ser tan peculiar. Cuando se presentó en la recepción mostrando su placa casi a escondidas no pude evitar imaginar un par de comentarios ingeniosos que omití por respeto a la autoridad. No tardé en perder dicho respeto.
El tipo parecía sacado de una película de espías de la guerra fría de bajo presupuesto o de una viñeta de Mortadelo. Era un hombrecillo anodino y gris, cargado de espaldas, mal afeitado y de pelo ralo bajo un raído sombrero negro. Vestía una gabardina color camel muy usada, pantalón de mezclilla, una espantosa corbata estampada cuyo nudo jamás se había vuelto a hacer y una camisa que antaño fue blanca. Sin embargo había orgullo en su rostro y una mirada de superioridad que resultaba casi cómica.