
El club de los mentirosos
Sería interesante saber la cantidad de veces que mentimos a lo largo del día. Mentimos constantemente. Casi sin darnos cuenta y de manera automática.
Sería interesante saber la cantidad de veces que mentimos a lo largo del día. Mentimos constantemente. Casi sin darnos cuenta y de manera automática.
Mentiría si dijera que en alguna ocasión tuve la oportunidad de ver al señor Redominguez en persona. A lo sumo pude ver su gabán, su sombrero, sus gafas de sol y sus extraños vendajes. De hecho no fui yo quien le recibí, y la descripción que mi colega del turno de tarde me dio de él fue más que extraña.
– ¿Qué sucede, señor Menendez?
– No se van a creer lo que he visto en el pasillo. Es increíble. Además, creía que en este hotel no se aceptaban animales, ¿No es cierto?
– Así es señor Menendez, ¿por qué lo dice?…
Aquella noche llovió como si no fuera a existir un mañana. Fue una de esas tormentas que aparecen en las noticias y que dan trabajo al cuerpo de bomberos. La tromba de agua fue de tal magnitud que los huéspedes del ático bajaron aterrorizados por el estruendo del agua sobre el tejado. Fueron testigos de otra tormenta, la que tuvo lugar aquí mismo, frente a la recepción de Saucepolis. Esta tormenta, no tan literal pero aún más dramática, llevaba años fraguándose. La meteorológica surgió de la nada, de hecho había hecho una tarde esplendida. La casualidad quiso que ambas estallaran a la vez y que yo estuviera presente.