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Los comienzos del Hotel Sauce. Entrevista con Isabel Fernández

Muchos de nuestros huéspedes nos elijen cuando visitan Zaragoza porque dicen que en el Hotel Sauce se sienten como en casa. Nuestra invitada de esta edición de entrevistas puede decir un par de cosas al respecto. Esta fue su casa. Isabel vivió entre estos muros parte de su infancia cuando su familia puso en marcha el hotel.

Una aventura alucinante que ha convertido aquel pequeño hotel regentado por una familia que vivía en el último piso en lo que hoy es el Hotel Sauce. Una experiencia que Isabel ha vivido en primera persona. Hoy, Isabel forma parte del equipo del hotel Sauce. Es la asistente personal online de nuestros clientes. Nuestra invitada en esta ocasión es una perfecta embajadora de Zaragoza y del Hotel Sauce. Tenemos el placer de presentaros a Isabel Fernández.

Muchos de nuestros clientes nos dicen que en el Sauce se sienten como en casa. Pero es que en tu caso ¡fue tu casa! ¿Qué recuerdos tienes de aquella época?

Mi habitación era la 503, donde tenía mi propio baño, y mi piano , si, porque en aquellos tiempos era estudiante de piano . Ahora me paro a pensar qué opinarían de mis “conciertos” los clientes de la cuarta planta.

También teníamos aire acondicionado en nuestra habitación, que para aquella época era todo un privilegio. ¡Y también hilo musical!

Me encantaba estar viviendo en el ático con el alero del edificio que asomaba por nuestra ventana. Además de que las vistas del edificio de enfrente eran bonitas y de que entraba un sol radiante que daba mucha alegría, lo que me gustaba eran los gatos que caminaban a sus anchas por la cornisa y se paraban a curiosear mirando por las ventanas de esa quinta planta.

Una de las características del Sauce es que es un hotel familiar. A muchos de nuestro huéspedes habituales les sorprenderá saber que esta fue la casa de tu familia en los primeros tiempos del Sauce

Al lado en la 504 vivía mi hermano y en la 501 y 502 mis padres.

En la sexta planta estaba el salón y la cocina. Por los rellanos y escalera teníamos muchas plantas que yo regaba. También teníamos una mini terraza donde tendíamos la ropa y además por una escalerera de hierro se podría acceder al tejado. Suponía riesgo, emoción y mucha valentía el decidirte con nuestro padre a subir por aquella escalerilla inestable y larga que no estaba fija. Pero merecía la pena porque desde arriba se divisaba El Pilar y la parte vieja. Todavía recuerdo con cariño esos momentos, esas vistas, ese triunfo sobre el miedo al lograr llegar a la cima y disfrutar de la experiencia de estar sobre los tejados de la ciudad. Un año recuerdo subimos a ver los fuegos artificiales de las fiestas del Pilar.

Tu vida está ligada desde siempre a la hostelería, ¿Cómo fueron tus primeros pasos en este mundo?

Mis inicios en la hostelería fueron haciendo cafés en la primera cafetera exprés de color rojo que compramos manual con cacillos y molinillo. Preparaba tostadas a la plancha que embadurnaba de mantequilla por los dos lados del grueso pan de molde y que la gente tomaba con mermelada de fresa o melocotón. Este era el desayuno que mas solicitaba el cliente. O el croissant a la plancha que tostábamos en la vieja tostadora. Y los clásicos dobladillos rellenos de crema. El zumo de naranja natural y el de piña o melocotón de bote. También nos pedían sándwich de jamón y queso que preparábamos a la plancha y eventualmente huevos fritos, revueltos, escalfados o pasados por agua ( especialmente la clientela inglesa). Y esto era todo. No era un tipo desayuno buffet libre como el de ahora sino que íbamos anotando y sirviendo mesa por mesa lo que cada cliente nos pedía. Solo exponíamos en el mostrador croissants y dobladillos. Luego más adelante introdujimos los sobaos y las palmeritas de Martinez que también tenían mucho éxito. Anotábamos todo en una comanda que pasábamos a recepción con el número de habitación.

Aunque en mi más tierna infancia en la casa de mis abuelos ayudaba a las camareras por la noche a montar las mesas de los desayunos. Era como un juego. Ponía la cucharilla y el azucarillo al lado de la taza. Dibujaba en la pizarra donde se escribían los menús del día dentro de la cocina, junto a la carbonera, porque la cocina era de carbón. Y veía como mi madre preparaba las tartas que consistían en dos bizcochos montados, humedecidos con ron, untados con chocolate y finalmente decorados con nata, coco rallado y guindas. O una mesa larguísima llena de platos de entremeses de ensaladilla rusa, espárragos, jamón de York y croqueta. Grandes grupos de comensales llenaban los diferentes espacios del restaurante y venia la tuna o grupos de jota a amenizar las veladas. Un ajetreo, un ir y venir de camareras con su uniforme negro y delantal de puntillas blanco. Preparaban copas de helado para el postre, o la tarta al whisky o el crocanti. El peso de balanza, las garrafas de vino a granel con que se rellenaban las botellas. Para una niña como yo era todo un espectáculo que queda grabado en la memoria para siempre

¿Con el transcurso del tiempo, qué cosas han cambiado en el negocio hotelero? ¿ Qué se hacía entonces que ha desaparecido en la actualidad?

Pues ahora mismo estoy pensando en “El Faraón” y en Aquilino. Dos personajes de aquella época únicos e irrepetibles. Eran los gorrillas aparca coches que traían a los turistas al hotel y a los que les dábamos 200 pesetas de comisión por cada habitación que nos llenaban. Eran gente muy humilde que se ganaba la vida como podía. Pero eran las centrales de reserva de aquella época. Los turistas casi nunca venían con reserva previa ( que solo se hacía por teléfono), así que nuestra relación con los gorrillas que vigilaban las diferentes zonas de aparcamiento al aire libre en los alrededores del Pilar era fundamental, porque ellos mismos conducían y acompañaban a los clientes a nuestro hotel. El Faraón con su gorra era un ex banderillero y Aquilino era un poeta que publicó un libro donde dedicó una poesía a mi madre.

El hotel Sauce tiene ya una larga historia. ¿Recuerdas alguna anécdota de la inauguración del hotel?

Ese primer día de agosto que abrimos el hotel yo tenía 12 años y llevaba un conjunto veraniego verde con topos blancos. Entraron los primeros clientes y mi madre me dijo que se nos había olvidado poner mantas en el armario, que subiera dos mantas a los clientes. Y así lo hice, llame a la puerta y en el mes de agosto les di dos mantas que aceptaron muy amablemente.

Actualmente desempeñas la función de asistente personal online de nuestros viajeros. Suena francamente impresionante, pero ¿En qué consiste realmente?

Pues proporcionar ayuda al cliente por correo electrónico. Resolver dudas, atender peticiones especiales, facilitar información sobre consultas que nos quieran hacer antes de su llegada al hotel y después de su salida. Y labor de fidelización para saber si el cliente ha estado a gusto durante su estancia.

Los que nos dedicamos a la hostelería tenemos siempre cierta deformación profesional cuando viajamos y nos fijamos en detalles que a otros les pasan desapercibidos, Tú que eres una gran viajera, ¿Qué es lo más raro que te ha pasado en un hotel? (Que no sea el Sauce;)

Ahora mismo no recuerdo algo que fuera muy raro, pero recientemente en un viaje a Barcelona, iba a salir de la habitación del hotel y justo me pasaron un sobre por debajo de la puerta. Pensé que sería una misiva importante, no sé, de alguien que no me había podido localizar en el móvil. Total, que era la encuesta de satisfacción sobre mi estancia. Igual podemos ponerlo en práctica también en el Sauce a ver si tiene aceptación.

¿Qué objeto absurdo no puede faltar en tu maleta?

Una cámara de repuesto para mi silla de ruedas, por si pincho.

Difícilmente encontraremos una mejor embajadora de Zaragoza y del Sauce, ¿Por qué debería alguien visitar nuestra ciudad, y de paso, el Hotel Sauce?

A los clientes extranjeros les encanta Zaragoza porque no es excesivamente grande ni turística como Madrid o Barcelona, y todavía conserva ese autenticidad de la gente local y hospitalaria que les recibe. También destacaría que Zaragoza es una ciudad muy accesible, que todo queda más o menos cerca pero al mismo tiempo muy dinámica con mucho comercio, oferta gastronómica, vida artístico-cultural, y gran atractivo histórico. Me gusta pasear por toda la parte vieja de la ciudad que rodea al hotel y recomendar al cliente que descubra la maraña de calles del Tubo para disfrutar del tapeo. Por ello, es todo un lujo alojarse en nuestro hotel porque casi en zapatillas puedes bajar a la Plaza del Pilar, y es un verdadero placer descubrir todos los bellos rincones que quedan a un tiro de piedra del hotel.

 

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