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Un cuento de navidad

Cuando salí a abrir la puerta pensé que se trataba de una broma. Allí estaban aquellos dos tipos, con sus chalecos de lana y sus zurrones esperando a que abriera la puerta.

-Buenas noches, ¿puedo ayudarles?

-Si, lo cierto es que si. Nos hemos perdido y necesitamos volver a casa esta noche.

-Tío, se nos va a caer el pelo- dijo el otro- Recuerda lo que pasó la última vez.

-No digas tonterías y déjame que hable con este señor, seguro que puede echarnos una mano.

Yo asistía atónito a la conversación de aquellos dos extraños personajes. Me fijé en sus atuendos, y me di cuenta de que iban disfrazados de personajes de belén. Eran dos pastorcillos. Seguramente formaban parte de alguna representación. Al fin y al cabo estábamos en navidad.

-Pues ustedes dirán.

-Verá usted- dijo el más locuaz con cierto reparo- Esta noche todo estaba bastante tranquilo y decidimos salir a dar una vuelta. Ya sabe, tomar un par de copas y esas cosas. No se imagina lo aburridas que son estas noches en las que nadie viene a vernos. El caso es que nos hemos despistado y no sabemos volver.

-Bueno, díganme en qué teatro están actuando o en qué hotel se alojan y tal vez pueda indicarles cómo regresar.

-No nos ha entendido. Como se entere alguno de los ángeles, o peor aún, como se entere San José, vamos a tener un problema muy serio.

-Yo lo que temo es que llegue a oídos de Herodes, eso si que sería preocupante- comentó el otro.

-No te preocupes por Herodes, tiene más que callar de lo que imaginas, ¿Quién te crees que me enseñó ese bar tan discreto en el que no hacen preguntas?

-¿Herodes? ¿Te has ido de copas con Herodes? no puedo creérmelo.

Uno de los pastores parecía tener la situación controlada, pero el otro no paraba de temblar. Además miraba constantemente a través de los cristales, como temiendo que alguien viniera a buscarlos en cualquier momento.

-Caballeros, siento interrumpir, pero si no me dan algún dato no creo que pueda ayudarles. Insisto, ¿No recuerdan en qué teatro actúan o dónde se alojan?

-Ya te dije que este tipo no iba a ayudarnos- dijo el pastor temeroso.

-Mire, no somos actores ni nos alojamos en ningún hotel. Somos figuritas de Belén, nos aburrimos como ostras. Tenemos derecho a salir de vez en cuando.

-¡Qué haces!- dijo el otro- No debes decirle eso a nadie, va contra las normas. Definitivamente se nos va a caer el pelo. Por cierto, ¿Puede indicarme el baño?

El pastor temeroso tenía bastante mala cara, le indiqué cómo llegar al baño y salió como una exhalación.

-Es la última que me llevo de copas al caganer. Entre lo miedoso que es y las veces que va al baño me está dando la noche.

Yo ya estaba buscando la cámara oculta, todo esto tenía que ser una broma, pero lo que sucedió a continuación me hizo dudar. Sonó el timbre y el pastorcillo se ocultó corriendo tras una mesa en la cafetería. No me lo pude creer cuando vi un angelote, alado, de pelo rubio ensortijado y piel luminiscente que esperaba tras la puerta con cara de pocos amigos.

-¿Bu Bu Buenas noches? Balbucí

-No disimule, sé que están aquí. Les vi esconderse desde ahí arriba. Dígame dónde están y nos marcharemos sin molestarle más.

El pastorcillo escondido me hacía señas desde la cafetería para que no le delatara. No sé por qué lo hice, pero decidí encubrir a los dos pastorcillos.

-No sé de qué me habla- mentí.

– No es la primera vez, ¿Sabe? Estos dos se escaquean siempre que tienen ocasión. Y no resulta serio, oiga. Un belén es una cosa muy seria. No es de recibo que nosotros los ángeles nos pasemos las horas encaramados en lo alto del portal y estos pillastres se marchen de fiesta a la primera ocasión. Todos nos aburrimos a ratos. ¿O es que se cree que los Reyes Magos no se cansan encima de sus camellos? Y oiga, de vez en cuando también tenemos nuestros momentos de ocio en el castillo de Herodes, ¿Sabe? ¡Menudas fiestas organiza el bribón!-dijo el angelote con una estruendosa risotada.

-Mire, todo esto es muy extraño. Le aseguro que si no fuera porque parece usted fosforescente no me creería una palabra de lo que me cuenta.

-No le culpo. Ande, dígame dónde se ocultan ese par de idiotas y le dejaremos trabajar en paz.

El caganer subió por la escalera con una expresión mucho más relajada. Pero su rostro cambió al ver al angelote.

-¡Nos han descubierto!- gritó y volvió corriendo al baño donde se cerró con pestillo.

El angelote fue tras él, e inmediatamente el pastor que se ocultaba en la cafetería salió de su escondrijo.

-Gracias por no delatarme. Rápido, dígame cómo puedo llegar al belén, tal vez el ángel no pueda alcanzarme.

-Solo tiene que bajar esta calle y lo encontrará a mano izquierda.

-Mil gracias- dijo el pastor saliendo a la carrera en la dirección correcta.

Unos minutos después, el ángel subió del baño con el caganer cogido del brazo y avergonzado.

-Verás qué disgusto se va llevar San José. No te imaginas la que han liado tus ovejas.

-No se lo cuentes, hombre. No hay necesidad.

-¡Cómo no se lo voy a contar! estoy hasta las narices de esconder vuestras andanzas.

Las dos figuritas de belén se disculparon y me dieron las gracias antes de salir por la puerta del hotel. Yo me quedé petrificado. Traté de convencerme de que se trataba de una broma, pero aquellos disfraces estaban demasiado bien hechos. El maquillaje del ángel era excepcional. Incluso una de sus alas perdió una pluma que parecía a todas luces real. Tal vez fue un sueño, o tal vez estoy perdiendo la cabeza.

Pasé el resto de la noche intentando no pensar en los extraños acontecimientos que acababan de ocurrir. Y sorprendentemente casi lo conseguí. Pero solo hasta la tarde siguiente. Había decidido ir a ver el belén gigante de la Plaza del Pilar. Mientras les enseñaba los detalles a mis hijos me quedé helado. El caganer del belén era idéntico al tipo que me había visitado la noche anterior. No localicé al ángel, pero juraría que uno de los pastores, de asombroso parecido con el otro extraño visitante, me guiñó un ojo al pasar a su lado.

 

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