
La noche de la marmota
Es medianoche en Saucepolis. En la radio suena el boletín de noticias: “Una ola de calor sahariano invade la península alcanzando temperaturas de…”. Natural, pienso. Una ola de calor en julio parece un tema algo trivial para abrir un informativo. La falta de noticias ha de ser alarmante. Oigo el camión de la basura, llega algo temprano hoy. Me dispongo a entrar el cubo; los operarios dejan últimamente el cubo junto a la puerta y a los huéspedes no les gusta encontrarlo ahí. Regreso de recoger el cubo cuando me encuentro con un cliente impaciente frente al mostrador.
– Buenas noches
– ¡Buenas madrugadas, querrá decir! llevo aquí casi media hora esperando.
Recoger el cubo no ha podido costarme más de un par de minutos, pero prefiero no replicar y contesto:
– Mil perdones.
-Deme usted la llave de la habitación 701
-Me temo que se equivoca, caballero.
-¡Cómo! ¿insinúa usted que no soy capaz de recordar mi número de habitación?
-No insinúo nada, señor, pero tal habitación no existe en el hotel. Sólo tenemos seis plantas.
-Pues búsqueme usted, soy Adolfo Ruiperez.
Le acerco la llave de la habitación 407.
-¡Cierto! Ayer tuve la 704 en un hotel de Albacete. Pasé un calor terrible. El hotel era espantoso, tenía el aire acondicionado averiado y el personal era ciertamente impertinente.
-Pues aquí funciona perfectamente.
-Algo es algo. Deme usted un vaso de leche para subir a la habitación.
-¿Con azúcar o miel?- pregunto solícito.
-¿Acaso quiere matarme?- Brama Ruiperez -Soy diabético, por el amor de Dios. Y no se le ocurra calentar la leche.
El señor Ruiperez se retira camino del ascensor con su vaso de leche fría sin azúcar ni miel y yo no puedo evitar un suspiro de alivio.
Llega el encargado de la lavandería, cargado con los sacos de ropa limpia y empapado en sudor.
-¡Hace un calor del demonio! dice jadeante.
-En la radio dicen que es una ola de calor.
-¡Es el maldito verano! yo creo que no llegaré a septiembre con vida…
Es medianoche en Saucepolis y el calor sigue siendo sofocante. Suenan las noticias en la radio: “Una ola de calor sahariano invade la península alcanzando temperaturas de…” Desde luego esto es ya sin duda excesivo. Ya son dos noches seguidas con la misma noticia sin importancia. Oigo el camión de la basura, de nuevo más temprano de lo habitual. Seguramente habrán cambiado la ruta por el verano. Cuando regreso de recoger el cubo maldigo mi mala suerte. El señor Ruiperez me espera de nuevo impaciente frente al mostrador.
-Buenas noches, y disculpe usted por…
-¡Buenas madrugadas, querrá decir!- me interrumpe- Llevo aquí casi media hora esperando. Deme usted la llave de la habitación 704.
-Querrá usted decir 407
-¡Insinúa usted que sabe mejor que yo dónde me alojo!
-Desde luego que no, pero es que ayer…
-Ayer dormí en Albacete- me interrumpe de nuevo- y menudo calor pasé. Estuve en un hotel espantoso, tenían el aire acondicionado estropeado y el personal era casi tan impertinente como el de aquí.
-Pues aquí creo que funciona sin problemas, contesto con dudas pasando por alto la ofensa.
-Eso espero. ¡Póngame un vaso de leche para llevar!
-Sin azúcar ni miel, supongo.
-¡Así no hay quien se la tome!. Póngame sacarina, y caliéntela un poco, ¡Por el amor de Dios!.
El señor Ruiperez sube en el ascensor con su leche tibia con sacarina, y mi suspiro no es ya tanto de alivio como de inquietud. Tenemos un trastornado en el hotel, esperemos que no de problemas.
Llega el encargado de lavandería cargado con sus sacos y empapado en sudor
-¡Hace un calor del demonio!
-Como ayer, más o menos, ¿no?
-Como todo el maldito verano. Te juro que no llego a septiembre con vida.
Es medianoche en Saucepolis. La radio dice: ” una ola de calor sahariano invade la península alcanzando temperaturas de…” La sitiación empieza a estar un poco más clara. Sin duda alguien se ha marchado de vacaciones en la emisora y se ha dejado el piloto automático puesto. Supongo que tendrá problemas a su regreso. Definitivamente hay nueva ruta en el servicio de limpieza, el camión ya está aquí y el cubo bloquea la puerta. Retiro el cubo a toda prisa, el señor Ruiperez parece un hombre de costumbres y no tardará en llegar. Resulta inútil, cuando llego a recepción, Ruiperez me espera con cara de pocos amigos.
-¡Buenas madrugadas!- digo, tratando de resultar simpático.
-Tiene usted mucha desfachatez diciéndome eso después de hacerme esperar más de media hora. Deme usted la llave de la habitación 704.
-¿Me toma el pelo?, contesto perplejo.
-¡Cómo dice!- Ruiperez comienza a ponerse rojo de ira, una norme vena le cruza la frente amenazando con explotar.
-Nada nada, pero es que creo que es la 407.
-¡Insinúa usted…!
-No insinúo nada, pero le aseguro que esta es su llave- le interrumpo yo en esta ocasión.-. Tómese usted un vasito de leche, que le veo algo alterado.
-¡No me gusta la leche!. Y permítame decirle que es usted extremadamente impertinente, Casi tanto como el personal del hotel en el que me alojé ayer en Albacete…
-No me diga mas, tenían el aire acondicionado estropeado.
-¿Cómo lo sabe?. No me irá a decir que aquí también está estropeado.
-No, señor.
-Pues me marcho, No voy a perder ni un segundo más con usted.
Ruiperez se marcha hacia el ascensor, esta vez sin leche, y yo ya no se qué pensar. El encargado de la lavandería llega empapado en sudor y cargado con sus sacos.
-¡Hace un calor del demonio!
-No te vas a creer lo que me ha pasado hoy.
-El qué ¿la ola de calor? Yo también lo he oído en la radio. Te juro que no llego con vida a septiembre.
Es medianoche en Saucépolis, y yo apago la radio, me temo que ya se bien lo que ponen. El camión de la basura pasa temprano y deja el cubo en la puerta, pero yo ya no salgo a por él. Pocos segundos después llega Ruiperez enfadado.
-¡Casi no consigo entrar!. Tiene usted el cubo de basura en plena puerta. ¡Haga usted el favor de apartarlo!
-Ahora mismo, señor Ruiperez.
-Deme usted la llave de la habitación 704.
Le doy la 407 sin decir nada y añado:
-Menos mal que funciona el aire acondicionado, porque el calor es terrible.
-Pues si, porque ayer casi no pude dormir en Albacete, lo tenían estropeado y…
-El servicio hotelero está fatal en Albacete- digo-, y además creo que el personal es francamente impertinente.
-No lo sabe usted bien- contesta Ruiperez con mirada cómplice- Deme usted un vaso de leche.
-¿Cómo la quiere el señor?
-Bien caliente y con cacao.
Ruiperez se marcha sorprendentemente tranquilo con su leche caliente con cacao cuando llega el encargado de la lavandería empapado en sudor y cargado con sus sacos.
-¡Hace un calor de demonio!
-Es el maldito verano, no llegaremos ninguno con vida a septiembre.
-¡Puedes jurarlo!
Todas las noches se parecen y todas son diferentes. La bendita rutina se torna maldición en un instante y la confusión mezcla unas madrugadas con otras. Si alguna vez en un hotel un recepcionista al que no conoce parece saber más de usted de que lo que debería y termina las frases que usted comienza, no se alarme. Son las cosas de la noche de la marmota.
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