
El sabueso de Saucepolis
Poco imaginaba yo cuando llamé a la policía a instancias de la muy preocupada señora Ruiperez que el agente que iban a enviar fuera a ser tan peculiar. Cuando se presentó en la recepción mostrando su placa casi a escondidas no pude evitar imaginar un par de comentarios ingeniosos que omití por respeto a la autoridad. No tardé en perder dicho respeto.
El tipo parecía sacado de una película de espías de la guerra fría de bajo presupuesto o de una viñeta de Mortadelo. Era un hombrecillo anodino y gris, cargado de espaldas, mal afeitado y de pelo ralo bajo un raído sombrero negro. Vestía una gabardina color camel muy usada, pantalón de mezclilla, una espantosa corbata estampada cuyo nudo jamás se había vuelto a hacer y una camisa que antaño fue blanca. Sin embargo había orgullo en su rostro y una mirada de superioridad que resultaba casi cómica.
– Buenas noches, soy el inspector Antunez, creo que han denunciado una desaparición.
– Efectivamente, no encontramos al señor Ruiperez. Lamento haberle molestado, seguramente se trata de un malentendido, pero su esposa está un tanto alterada y nos pidió que llamáramos a la policía.
– No adelante acontecimientos- dijo Antunez- estos casos suelen complicarse y ofrecer maravillosas curiosidades. Pero no me extraña que lo ignore, evidentemente no es usted el recepcionista de noche habitual, de hecho creo que no hace demasiado que es recepcionista.
– ¿Puedo preguntar cómo ha deducido eso?
– Naturalmente. Su excelente bronceado le delata, no es propio de alguien que duerme de día. Y su traje inmaculado, sin apenas arrugas ha pasado pocas horas tras el mostrador.- dijo Antunez con una sonrisa de satisfacción.
– Mi bronceado se debe a que hoy regreso de vacaciones. Y respecto al traje, le diré que son mi debilidad, procuro llevarlos bien planchados. Hace doce años que soy recepcionista, todos ellos en el turno de noche.- contesté.
Ahora era yo quien sonreía. Un leve atisbo de contrariedad cruzó por la cara del inspector, pero cambió rápidamente de tema.
– Bueno, bueno, no tiene importancia. Pasemos a los hechos ¿Cuándo vieron por última vez al desaparecido?
– Yo lo vi hace un par de horas, cuando llegó con su esposa y se retiraron a la habitación. La señora Ruiperez afirma que pocos minutos después salió de la habitación para fumar, pero yo no le vi pasar por la recepción.
– Muy interesante ¿Podría hablar con la señora Ruiperez?
– Por supuesto, de hecho creo que ahí baja.
La señora Ruiperez bajaba entre sollozos por la escalera visiblemente alterada.
– ¿Aún no ha llamado a la policía? ¡Esto es intolerable! Le repito que no es normal que mi marido tarde dos horas en fumarse un pitillo- protestó la señora Ruiperez aún molesta por mis intentos de evitar que llamara a la policía.
– Le presento al inspector Antunez- dije.
La Señora Ruiperez miró al inspector de arriba abajo con decepción. Sin duda esperaba otra cosa. De todos modos se recompuso y con su más teatral ademán dijo:
– Menos mal que ha venido, inspector, estoy preocupadísima por mi marido, hace más de dos horas que salió para fumar un cigarro y aún no ha regresado.
– No se altere, señora- dijo Antunez- el caso está en buenas manos.
– Seguramente el señor Ruiperez aparecerá en cualquier momento con una sencilla explicación- medié yo, tratando de tranquilizar a su esposa.
– O quizá no, tal vez tengamos suerte y haya sido secuestrado, o algo peor- dijo Antunez en un alarde de mal gusto.
– ¡Cómo se atreve! De dónde ha salido este tipo, ¿Está usted seguro que es policía?- dijo la señora.
– No se ofenda- dijo Antunez mostrando su placa- pero estos casos a veces se complican. Además debería estar usted acostumbrada, es evidente que hace poco que ha perdido usted un ser querido.
– Lo único que estoy perdiendo es la paciencia, ¿De dónde se ha sacado usted esa majadería?
– Lo digo por su vestido negro, obviamente va usted de luto.
– Este es un vestido de fiesta, negro, pero con lentejuelas. Venía de una boda con mi esposo antes de que desapareciera. ¿Ha visto usted alguna vez a alguien de luto con lentejuelas? De hecho, ¿ha visto usted a alguien de luto en el último medio siglo?
– Por favor ¿no podría usted llamar a un policía de verdad y echar de aquí a este mequetrefe?- dijo la señora Ruiperez con cara suplicante.
– Oiga, un respeto- replicó Antunez.
En ese instante salió del ascensor apresuradamente el huésped de la habitación 403. Era el señor Menendez. Un respetable representante de calzado que nos visitaba una vez al mes. Menendez tenía sus costumbres y le encantaba que las respetáramos. Siempre desayunaba a la misma hora su croissant con mantequilla y su café solo. Le encantaba dormir siempre en la misma habitación y le molestaba sobremanera si su plaza habitual de aparcamiento estaba ocupada. Normalmente no intercambiaba más de un par de frases con el personal, y si estaba de buen humor hacía alguna pequeña broma, casi siempre la misma.
Por eso cuando lo vi salir descompuesto del ascensor, descalzo y en pijama, supe que algo no iba bien.
– ¿Qué sucede, señor Menendez?
– No se van a creer lo que he visto en el pasillo. Es increíble. Además, creía que en este hotel no se aceptaban animales, ¿No es cierto?
– Así es señor Menendez, ¿por qué lo dice?…
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